el verano de la cala del pájaro

Alan Reynolds, sábado, 21 de enero de 2006, 518 palabras

Tenía cinco años y todavía podía flotar sobre la tierra cuando corrí muy rápido, especialmente cuando corrí río abajo sobre las rocas grandes en el río pequeño que llamaba yo “La Cala de la Serpiente Boca de Algodón” porque he visto aquel una serpiente boca de algodón.

Mi abuelo era magnífico. Era el hombre más grande del mi mundo. Me tomó en todas partes de su granja en la selva de Carolina del Norte. Él demostrarme los insectos, los árboles, y las canciones de los pájaros. Sí, tú puedes ver las canciones de los pájaros, cuando tú cierras tus ojos tan firmemente que el sol recuerda una pelota violeta.

Mi abuelo, todavía fuerte, corpulento y robusto a setenta y cuatro años, enseñado me cómo ver – mientras él veía otra vez a través de mis ojos. Aquel verano éramos compañeros verdaderos.

“Es La Cala del Pájaro,” me dijo. “No exagera el nombre de la cala porque tú viste una vez una serpiente – y me preguntaste cuáles era – yo le dije. Es una serpiente muy venenosa que vive en los ríos, pero no hay aquí.”

Cuando íbamos río arriba en La Cala del Pájaro nos quitamos nuestros zapatos. Los llevó, y vadeó en medio da la cala, bien lejos de las riberas donde yo había visto solamente la serpiente única. Dijo, “Ahí está una pequeña cascada”.

Dije que era terriblemente grande.

“Es sólo necesario que tú tienes agarrado algo,” me dijo. Subimos río arriba, él detrás de mí, llevando nuestros zapatos y su azada.

Habían muchos árboles sobre la cabeza, en su mayoría son de madera noble, algunos de pino—ninguna hiedra venenosa. Hacía frío en la cala porques había casi ningún sol.

“¡Tarda muchas horas!” le dije.

Me dijo, “Solamente una hora,”

Subimos la cadena más bajo. Debajo de nosotros estaba el huerto de manzanas. “¡Sé donde estamos!” dije.

“Bueno,” me dijo. “Vamos.”

Había mucho sol aquí encima la cadena. Estaban también muchas malas hierbas, mucha hierba, y un millón de insectos.

“Quizás un millón,” él me dijo. “Sigue en la pista. Pienso que yo huelo el almuerzo.”

Corrí adelante entonces me caí detrás. Leí una telaraña. Sí, es posible leerlas con tal un abuelo. Él continuaba andado con paso pesado, la azada en su mano. Podríamos casi ver la casa cuando su azada agitó un avispero.

El aire llenó con avispas buscando a un culpable en el mismo momento que yo llegaba. Me picaron muchos veces y volé casi realmente de la cadena buscando por seguridad y por mi abuela.

Después muchos saltos, di una vuelta y miré detrás para mi abuelo. Él estaba parado en el enjambre, su chaqueta, manos, cara y azada todos adornada con avispas. Se rió una risa tan grande que asuste los pájaros y los ciervos, tan grande que las rocas de la cala tenían sonreír.

Todavía riendo, me ayudó cruzar la cala, ponerse mis zapatos y dejar de gritar. “Basta ya,” me dijo. Él estaba riendo todavía cuando mi abuela me dio un fuerte abrazo y un pasta de tabaco por mis aguijones.

Él estaba riendo todavía durante el almuerzo.

translation by Alan Reynolds of bird creek summer prose poem

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